Leí que Lacan expuso que la palabra mata la cosa, esa cosa que es imposible de nombrar, de representar, de desahogar.
A través de la expresión de la palabra, ya sea con otro que la recibe, o en algo sobre la que se plasma, el peso del sentir se descarga.
Que hablar sana, libera todos esos pensamientos que tenemos desordenados en la mente, que generan ideas y falsas creencias de lo exterior, que van diseñando una lógica interpretación de los hechos, sin poder por ello, cuestionárselos.
Que guardarse lo que una está sintiendo no es sano, que las palabras dan forma, contexto, dan espacio para respirar... que la palabra no es prisión, te descarcela de tus emociones y te da grosor, te da pausa, te calma, que esa "cosa" que tienes dentro que te bloquea, te paraliza, te inunda de miedo, necesita salir...
Y cuando estás a punto de poder soltar, llega.
Llega esa "cosa", llamémosle así, un envoltorio de ideas, creencias, pensamientos, emociones no digeridas, esa "cosa" llena de prejuicios, esa cosa que te acelera el corazón, te seca la boca, no te deja tragar saliva, te cuesta respirar, esa cosa que se apodera de tu voz, de tu mensaje.
Tú que tienes una voz potente, que envuelves con ella todo a tu paso, esa voz que ya se ha eregido frente a injusticias, que ha aplacado su tono frente a la violencia, que se ha suavizado frente al amor, que ha luchado a pesar del dolor.
Esa voz que cubre y reconforta, que abraza con su risa contagiosa, esa voz que es solo tuya. Esa voz que ahora, esa "cosa", se ha adueñado de ella, de ella y de tu palabra.
Y la palabra sana decían. Pero la palabra que querías soltar se hace un pensamiento truncado, se hace más grande esa cosa, se alimenta de tu dolor, de tu rabia, de la tristeza de no poder expresarte. Y esa cosa se adueña de la palabra y ahora la palabra no sana, la palabra mata.
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