Muchas veces cuando uno comienza a reflexionar sobre su estado actual cuesta ponerle nombre y apellidos a esos pensamientos, a esas emociones que a veces nos invaden. Es necesario por ello, parar, centrarse de nuevo en una misma y preguntarse: ¿Estás bien?
Nos gustaría que ese "estás bien", fuera de alguien de nuestro entorno o de cualquier desconocido que nos preste un poco de atención, pero la respuesta tiene que dar sentido y valor también a cómo estamos y eso solo podemos hacerlo nosotras mismas.
Estos días ando removida precisamente por heridas abiertas o semiabiertas, esas que crees que ya han cicatrizado pero que resurgen. No es tanto la herida en sí, como algo del presente que te recuerda a tu pasado.
Anclar el pasado no es bueno, desde luego si es pasado ya está más que enterrado... pero nuestro presente vive condicionado en muchas ocasiones por lo que vivimos en nuestro pasado, por cómo actuamos, cómo lo hemos gestionado y cómo lo hemos superado.
Así pues, también es importante que cuando tengamos una situación actual o una persona nueva en nuestras vidas, podamos diferenciar lo que nos transmite esa persona, ese lugar o esa situación y no lo que nos hace recordar.
Los recuerdos son bonitos, a veces, otras veces dolorosos, son aprendizajes al fin y al cabo.
La importancia de tener recuerdos nos hace sentirnos vivos, nos hace experimentar cosas nuevas, aprender más de nosotras mismas.
El recuerdo es ese sonido en nuestra cabeza cuando cerramos los ojos que hace que regresemos al pasado, que olvidemos el presente por un instante y bailemos con nuestros fantamas.
Yo cuando cierro los ojos dejo a mi imaginación volar, e incluso ella misma viaja hacia el pasado, lo reconstruye, lo imagina de nuevo, me crea nuevos recuerdos.
Esa misma imaginación puede proyectarnos hacia el futuro, pero desde luego no va a eliminar de nosotros todo lo que ya hemos vivido...
Esa incertidumbre de no poder agarrar nada, ni tan siquiera nuestro presente es permeable... te cala muy dentro de ti.
Nos han enseñado que el autocontrol es necesario en nuestras vidas, para poder controlar tu presente y tu futuro, hasta para poder controlar tu pasado, lo que puedes decir y lo que no de él.
Pero no nos enseñaron que perder el control también es bueno, que retarnos a nosotras mismas es sano, que buscar nuestro límite es enriquecedor.
Una vive en la constante de que su vida ha de ser de una determinada manera porque así lo dicen los demas, así lo dice tu madre, así lo dice tu amiga, así lo dice tu profesor, así lo dice la "sociedad".
Lo que no te dicen es que uno ha de vivir como se sienta más a gusto y en paz consigo misma.
Esto choca, choca con las creencias que tenemos de la vida, de las expectativas del mañana, de cómo ha de ser una vida estructurada para ser feliz completamente.
La vida ya es completa de por sí, nosotras nos intentamos comparar con ella para llegar a ser completas también, completamente feliz, con autocontrol, con el trabajo perfecto, la pareja perfecta, las amigas perfectas, etc... pero es que nosotras no somos perfectas, ya entramos dentro de la vida por sí misma, y ella ya lo es ensí misma.
Así pues, cuando nos sentimos imperfectos, no acordes con nuestro ser, o "desequilibrados", no es tanto por lo que tenemos fuera, si no por lo que no acabamos de ver o de aceptar desde dentro.
Ejemplo para no divagar tanto. Yo el otro día sentí rechazo de un hombre. No me dijo nada, ni me miró y quería que me hablara, sentirme que le atraigo o que tiene interés en mí.
Como no lo conseguí, me frustré y eso generó en mí que el rechazo que yo sentí los traspasé a mi alrededor.
Hasta que alguien me dijo "ei! ¿qué te pasa? ¿estás bien? y ahí reaccioné.
La diferencia de somatizar mis emociones y de darle más valor a lo externo que a lo interno, radica en esa sencilla pregunta. ¿estás bien?
El día que podamos hacerla y podamos contestarnos a nosotras mismas, nos daremos ese valor que tanto anhelamos ver en el otro.
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