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lunes, 25 de marzo de 2024

Bécquer

Empecé a amar la poesía hace muchos años. No recuerdo bien cómo ni por qué.. pero leer los párrafos de libros de Bécquer me hacían sumergirme en otra dimensión. 

Solo recuerdo su poesía, como el eje vertebrador de todos los demás poemas que leí a lo largo de mi vida... 

Bécquer fue para mí, el propulsor de que amara tanto la escritura. En él encontré una forma de expresión artística de todo lo que inundaba mi alma, mi corazón y mis emociones... era traspasar todo lo que había dentro de mí y plasmarlo fuera, escribir y poner nombre, adornar las emociones con palabras, inventar historias y personajes, momentos que solo existieron en mi imaginación. 

Pero era maravilloso... cada vez que escribía, cada vez que creaba una sintonía y armonía entre un párrafo y otro, una rima asonante y contaba las rimas, aprendía nuevas formas de atravesar mi alma, de poder enviar un mensaje al mundo, que alguien pudiera llegar a conectar de una manera tan íntima y tan frágil conmigo. 

Llegar a traspasar mi alma, llegar a ver más allá de todo lo que nos escondemos dentro. Relatar mis miedos, desnudar toda mi fragilidad delante de un papel. Escribir a mano y estar horas y horas delante de un papel, sin saber qué escribía, solo dejando fluir mis pensamientos, mi amor hacia la escritura, ideando historias, creando mis personajes inventados, dándoles vida y forma a través de las palabras, diseñando su mundo, un mundo lleno de poesía. 

Para mí la poesía era juntar palabras, armonía, llenarlas de luz y de espíritu. Llenar cientos de folios de palabras preciosas que emanaban dentro de mí, porque eran retales de mis historias pasadas.. historias de vida que había vivido dentro de mi ser. 

Momentos que creé porque necesitaba escapar de una realidad que no me aceptaba, ni me comprendía ni me amaba. 

Pero en la escritura encontré siempre mi sostén. Encontré siempre mi energía, mi recarga, mi autocuidado. 

Mi terapia narrativa, mi regalo de consciencia. 

Encontré fluidez, don, alegría, tristeza, furia y frustración en otras, pero también alivio, calma, vulnerabilidad, miedo y amor. Mucho amor. 

Empecé leyendo rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. aún tengo el libro de rimas y leyendas, del Siglo XIX... ese hombro vivió otra época en la que yo hubiera deseado estar. 

Siempre dije que sentía que mi época no era ésta, tal vez ésta sea mi despertar, pero ese siglo era un siglo de oro para la poesía, se amaba y se valoraba la poesía, como un don humano, un don divino, algo que no todo el mundo podía llegar a tener. 

Y cuando escribo, yo también me siento divina, puedo estar durante horas soltando todo lo que tengo en mi interior, porque todos tenemos un don divino. 

La palabra, la forma, la estructura, la base, el principio, la rima, el fondo. 

Yo valoro por encima de todo, el fondo. 

Hay palabras y estructuras que tienen algo... se puede leer un poema y no conectar, y  poemas que necesitan ser vividos, hay momentos de la vida que necesitan ser experimentados para entender entre palabras y rimas, la claridad que ese poeta te está ofreciendo, te está reglando su don divino. 

Solo existe un refugio entre las letras, cuando al sumergirte hacia tu más profundo dolor, encuentras una bocanada de aire y al levantar la vista, ves que lo que has sentido y sientes, tiene forma y color, tiene hasta palabras que diseñan una historia y que escritas en un folio en blanco, parece deslumbrar los indicios de una historia, narrada en primera persona por alguien que tuvo miedo, pero quiso asomarse al vació y contemplar el olor de la palabras recitadas, el sonido de la voz que las alimenta, el abrazo de quién al leerlas se consuela. 

No hay mayor don divino que ser merecedor de tocar con los 5 sentidos el alma de alguien con tus palabras.


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