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martes, 6 de agosto de 2024

TRANSMUTAR

Le dije a Laura que estaba cansada. Llevaba con mi humor característico durante bastante tiempo, tal vez demasiado como para que alguien tenga la paciencia de aguantar y sobrellevarlo bien. 
A veces ni yo misma me aguantaba cuando empezaban los dolores.

Llevaba 2 días con un síndrome premenstrual que me agotaba hasta mentalmente. No me apetecía ver a nadie, ni hacer nada más que no fuera encogerme como un bebé y acunarme como si necesitase el abrigo materno de alguien que está desolada, angustiada, sola y enfadada con el mundo. Un poco así como me sentía desde hacía 6 meses...

Así que, la sola idea de tener que vincularme y relacionarme con mis amigas, de arreglarme, tener que salir a la calle con una sonrisa que escondía la cruda realidad de mi vida no era lo que más anhelaba en ese momento. Laura lo sabía. 
Pero ella tenía otra filosofía de vida, siempre la tuvo. Desde que nos conocimos, la idea de vivir su vida era básicamente, vivir el presente y no dejar influenciarse por las cosas negativas... se iba al trabajo siempre con una sonrisa y volvía de la misma forma, era impertérrita.
Hasta hace 6 meses claro, ahí todo ha cambiado.
Mi idea de vivir ahora mismo se reducía en sacar a Lía a pasear, sentarme en un banco e intentar despejar la mente.

No me apetecía pensar si finalmente nos veíamos o no después de la hora del cierre. 
Ella plegaba de trabajar de la coctelería demasiado tarde, un sábado por la noche su mejor plan era quedar con nuestros amigos, el mío tumbarme en la cama y no salir hasta el día siguiente.  

Después de hacer todo lo que se espera de una adulta funcional, solo pensaba en ese colchón viscoelástico que me esperaba en el dormitorio principal de nuestra casa.

Pensé que sería algo leve, que después de varios meses la situación mejoraría, mi ánimo aumentaría, mi lívido, mi entusiasmo que tanto me caracterizaba...pero desde que tuve ese tumor en el ovario derecho, las menstruaciones habían sido más dolorosas. Laura lo llevaba peor que yo. 
Sostuve durante mucho tiempo las ganas de ser madre. Durante todo el proceso de fecundación guiada estaba entusiasmada, llevaba una alegría sobre mis hombros, siempre pletórica, con el pensamiento positivo y con un inmenso amor que pensé, duraría todo el proceso.

Quería con todas mis fuerzas llegar a ese objetivo como si mi propósito de vida fuera única y exclusivamente ese.
Eso casi termina con mi relación cuando en una visita rutinaria ginecológica, me detectaron el cáncer de ovario. 
Lo que pasó a partir de ese momento ya es historia, como suele decir Laura. 
Ella me sostuvo como pudo, ciertamente. 
No tenía n capacidad innata de empatía, tal vez por el maltrato que sufrió de pequeña. Se sintió aislada tanto tiempo del mundo que buscó en sí misma su refugio. 
Sentirse necesitada nunca le gustó, sentir que alguien dependía de su fortaleza, de su tesón, de su entrega...
Pero como un paralelismo virtuoso de la vida, buscaba el abrazo roto de su madre en tus hombros, la mueca de aceptación de tu sonrisa, buscaba en tus ojos esa aprobación que no obtuvo de niña.
Fueron muchos años de llantos, soledad y rabia. Tuvo que huir de lo que le hacían sentir los demás para buscarse dentro de sí misma. 
Tal vez la huida del entorno fue fallida. Pues esos demonios le apresuraban, le encerraban en momentos y personas del pasado, que se anclaban a sus pies, le apretaban los tobillos, le enmanillaban sus pensamientos y le volteaban la vida.
Finalmente le hacían desprogramar cada X tiempo todo lo que pensaba, vivía, sentía y visualizaba. 

Ella solo manifestaba lo que quería obtener en su vida, cosas fáciles y momentos felices. 
Tuvo que vivir una vida en soledad para amarse tal y cómo elle se veía, tal y cómo nunca nadie pudo llegar a verle. 
La necesidad de salir de su zona de confort, del cuadrado, como ella lo llamaba, generaba en ella una desaprobación hacia todo lo que supusiera algo negativo, algo difícil y complejo. 
No le gustaba lo complicado, lo que costaba demasiado o lo que suponía un gasto de energía para él, innecesaria.
Había aprendido a cambiar de forma, a vivir el día a día, a no dejar entrar a nadie que no le aportase algo bueno y positivo.
  







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